martes, 26 de octubre de 2010

 
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domingo, 30 de noviembre de 2008

Redes Sociales, que castaña...

Pues eso, que después de un webo sin escribir nada, por aquí vuelvo a aparecer.
Y lo hago para deciros a los que lean esto (juas juas juas) que ya he sucumbido a otra rad social de éstas, en esta ocasión Facebook.
Sinceramente lo he hecho por mis hermanos, que me han dado bastante la coña con esto, porque a mi el enredo éste me parece igual que todos los demás. Es lo mismo que Spaces, Myspace y todos sus clones.

Pero en fin, todo sea por la familia, a ver cuanto me dura la tontería

lunes, 22 de octubre de 2007

Un poquito de música

Bueno, como ya anuncié en mi anterior entrada, voy a replantearme el concepto de este blog. Está claro que no tengo tiempo, ni ideas ni ganas muchas veces de mantenerlo "superactualizado", así que me voy a esforzar por escribir una entrada a la semana por lo menos, porque además estoy convencido de que a nadie le intersa lo que escribo, así que pa qué... Pero, ¿de qué puedo escribir? Ya sabéis que mi propia conciencia me impide hablar de política o de fútbol, y para comentar la actualidad hay aproximadamente otros diez o quince millones de blogs, así que voy a utilizarlo para uno de los autenticos pasatiempos nacionales de esta nuestra comunidad: la queja.
Mi gente me dice que estoy hecho un cascarrabias, que me quejo por todo. Y no les falta razón, la verdad, pero es que este tiempo que nos ha tocado vivir es para quejarse, como poco. Así que me he dicho: "¿y por qué no dejas de darle la brasa a tu gente y te desahogas con el blog, que lo tienes medio olvidao?" Pozí, es una buena opción.
Y hoy, para inaugurar el nuevo estilo y título de mi blog, presento una canción de escucha obligada para todo aquel que pretenda llamarse a sí mismo quejica o cascarrabias: se trata de "Odio", del disco 8:30 AM de Revolver. Os aseguro que se merece, por lo menos, una escucha.


En cuanto encunetre algo lo suficientemente asqueroso como para quejarme de ello tendreis noticias mías.
Paz y amor

miércoles, 10 de octubre de 2007

Sí, he vuelto

Ya sé que he tardado más de tres meses, pero ya estoy de vuelta. He atravesado un periodo de dejadez-vagancia-conformismo que me ha separado de mi auténtica vocación, ya sabéis, quejarme de todo. Pero se me va pasando, así intentaré quejarme de algo por lo menos una vez a la semana, más que nada para que luego vosotros podáis quejaros de que lo único que yo hago es quejarme. Y así cerraremos el círculo, todo el mundo se quejará de todo y nos divertiremos mucho quejándonos de que todo el mundo se queja de que nadie aporta soluciones y lo único que hacemos es quejarnos. En fin.

Que espero que me pongáis algún comentario quejándoos de la mierda de entrada que he escrito.

viernes, 22 de junio de 2007

Mudanza completada

Nada, deciros que ya he mudado las entradas más interesantes de mi antiguo Blog, a éste. He querido ser fiel a la fecha original de publicación, por lo que estas a estas nuevas entradas sólo podréis acceder a través del archivo (Octubre y Diciembre del 2006). Aun así, echadles un ojo y con lo que os parezca me dejáis un commentario.
Saludos

miércoles, 20 de junio de 2007

Un heroe de nuestro tiempo

Con toda la movida de las oposiciones de este año, el otro día un amiguete me preguntaba que por qué, si el nuevo sistema es tan anticonstitucional, no presentaba un recurso y paralizaba todo el proceso. Yo divagué un rato sobre el tiempo que llevo preparándome y otras chorradas, pero no le dije la autentica razón de no haberme movilizado: que aun me queda una pequeña esperanza de ser Maestro, de contribuir a mejorar en algo la sociedad de hoy y de mañana. Y es que cuando se lleva en la sangre, no hay nada que hacer, juas.

El caso es que aquella pregunta de mi amigo me ha hecho pensar a fondo (de verdad) en si merece la pena o no dedicarse a la docencia con los tiempos (y los padres) que corren. Y cuando quizá la balanza empezaba a decantarse hacia el no, me encuentro de casualidad con artículo de Arturo Pérez-Reverte (mi ídolo) publicado en el XLSemanal hace justamente un año: se titula "Un Héroe de nuestro tiempo". Ya no tengo nada más que pensar:


Ahí sigue, el tío. Aún no se ha vuelto un mercenario de la tiza, de esos que entran en el aula como quien ficha donde ni le va ni le viene. Tal vez porque todavía es joven, o porque es optimista, o porque tuvo un profesor que alentó su amor por las letras y la Historia, cree que siempre hay justos que merecen salvarse aunque llueva pedrisco rojo sobre Sodoma. Por eso, cada día, pese a todo, sigue vistiéndose para ir a sus clases de Geografía e Historia en el instituto con la misma decisión con la que sus admirados héroes, los que descubrió en los libros entre versos de la Ilíada, se ponían la broncínea loriga y el tremolante casco, antes de pelear por una mujer o por una ciudad bajo las murallas de Troya. Dicho en tres palabras: todavía tiene fe.

Aún no ha llegado a despreciarlos: sabe que la mayor parte son buenos chicos, con ganas de agradar y de jugar. Tienen unas faltas de ortografía y una pobreza de expresión oral y escrita estremecedoras, y también una escalofriante falta de educación familiar. Sin embargo, merecen que se luche por ellos. Está seguro de eso, aunque algunos sean bárbaros rematados, aunque los padres hayan perdido todo respeto a los profesores, a sus hijos y a sí mismos. «Voy a tener que plantearme quitarle de su habitación la play-station y la tele», le comentaba una madre hace pocas semanas. Dispuesta, al fin, tras decirle por enésima vez que lo de su hijo estaba en un callejón sin salida, a plantearse el asunto. La buena señora. Preocupada por su niño, claro. Desasosegada, incluso. Faltaría más. La ejemplar ciudadana.

Pero, como digo, no los desprecia. Lo conmueven todavía sus expresiones cada vez que les explica algo y comprenden, y se dan con el codo unos a otros, y piden a los alborotadores que dejen al profesor acabar lo que está contando. Lo hacen estremecerse de júbilo las miradas de inteligencia que cambian entre ellos cuando algo, un hecho, un personaje, llama de veras su atención. Entonces se vuelven lo que son todavía: maravillosamente apasionados, generosos, ávidos de saber y de transmitir lo que saben a los demás.

En ocasiones, claro, se le cae el alma a los pies. El «a ver qué hacemos todo el día con él en casa», como única reacción de unos padres ante la expulsión de su hijo por vandalismo. Por suerte, a él nunca se le ha encarado un chico, ni amenazado con darle un par de hostias, ni se las han dado, el alumno o los padres, como a otros compañeros. Tampoco ha leído todavía el texto de la nueva ley de Educación, pero tiene la certeza de que los alumnos que no abran un libro seguirán siendo tratados exactamente igual que los que se esfuercen, a fin de que las ministras correspondientes, o quien se tercie, puedan afirmar imperturbables que lo del informe Pisa no tiene importancia, y que pese a los alarmistas y a los agoreros, los escolares españoles saben hacer perfectamente la O con un canuto. Mucho mejor, incluso, que los desgraciados de Portugal y Grecia, que están todavía peor. Etcétera.

Y sin embargo, cuando siente la tentación de presentarse en el ministerio o en la consejería correspondiente con una escopeta y una caja de postas –«Hola, buenas, aquí les traigo una reforma educativa del calibre doce»–, se consuela pensando en lo que sí consigue. Y entonces recuerda la expresión de sus alumnos cuando les explica cómo Howard Carter entró, emocionado, con una vela en la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamon; o cómo unos valientes monjes robaron a los chinos el secreto de la seda; o cómo vendieron caras sus vidas los trescientos espartanos de las Térmópilas, fieles a su patria y a sus leyes; o cómo un impresor alemán y un juego de letras móviles cambiaron la historia de la Humanidad; o cómo unos baturros testarudos, con una bota de vino y una guitarra, tuvieron en jaque a las puertas de su ciudad, peleando casa por casa, al más grande e inmortal ejército que se paseó por el suelo de Europa. Y así, después de contarles todo eso, de hacer que lo relacionen con las películas que han visto, la música que escuchan y la televisión que ven, considera una victoria cada vez que los oye discutir entre ellos, desarrollar ideas, situaciones que él, con paciente habilidad, como un cazador antiguo que arme su trampa con astucia infinita, ha ido disponiendo a su paso. Entonces se siente bien, orgulloso de su trabajo y de sus alumnos, y se mira en el espejo por la noche, al lavarse los dientes, pensando que tal vez merezca la pena.


Estoy seguro que cualquiera que sea Maestro o Profesor por VOCACIÓN (no por funcionaritis) habrá terminado la lectura del artículo el vello de punta, la vista nublada y una sonrisa agridulce pintada en la cara.

Gracias de nuevo Arturo, como siempre se puede decir más alto, pero no más claro.